El tenis nunca había visto algo como esto. Novak Djokovic, el hombre que ya había dominado el deporte con su tenacidad, se encontraba una vez más en el centro de una controversia que sacudía los cimientos de los organismos rectores del tenis. Después de ser rechazado una y otra vez por las autoridades que gobiernan el circuito, el serbio no solo ignoró las críticas, sino que, de alguna manera, se volvió más fuerte. Y más impredecible.
En un torneo que rápidamente se convirtió en historia, Djokovic desató su furia en la cancha, no solo como un jugador de élite, sino como una fuerza descomunal que parecía desafiar las leyes de la física y la lógica del tenis. Aquel día, con cada golpe de su raqueta, el público presenció algo completamente nuevo: Djokovic no estaba simplemente jugando al tenis, estaba transformando el deporte en una exhibición de poder absoluto.
Tras un año de tensiones con la ATP y la WTA, que lo habían dejado fuera de importantes competiciones debido a sus posturas controvertidas sobre los derechos de los jugadores y su rechazo a las reglas impuestas por las autoridades del tenis, Djokovic llegó a la cancha con una sola misión: demostrar que él era el verdadero “REY” del tenis, sin importar las barreras que le pusieran. La frustración se había acumulado, y ese día, todo estalló.
Desde el primer set, Djokovic dejó claro que su motivación era más que ganar un título: quería reescribir los libros de historia del tenis. Con una serie de saques inalcanzables y devoluciones que parecían desafiar la gravedad, el serbio comenzó a batir récord tras récord. Cada vez que tocaba la pelota, los aficionados se veían obligados a reconsiderar lo que sabían sobre el tenis. Un revés cruzado perfecto, seguido de un golpe de derecha que hacía vibrar el aire, llevó su nivel de juego a alturas impensables.
Pero lo más desconcertante no fue su habilidad técnica, sino la forma en que Djokovic parecía desatar una especie de locura controlada. En el medio del partido, tras un punto que arrasó con su oponente, Djokovic realizó un gesto que dejó a todos boquiabiertos. En lugar de celebrar su victoria con la tradicional carrera por la cancha, comenzó a hacer un extraño ritual en la red, repitiendo movimientos que imitaban un antiguo rito de poder. Los fanáticos, confundidos al principio, pronto comenzaron a gritar de emoción, ya que era evidente que Djokovic no solo había ganado ese punto; él estaba transmitiendo un mensaje.
“Soy el REY”, dijo en voz baja mientras levantaba la raqueta al cielo, como si invocara a los dioses del tenis a su favor. El público se volvió loco. Un entusiasmo nunca antes visto se apoderó del estadio mientras el serbio continuaba su marcha imparable.
Pero lo que realmente desconcertó a todos fue el récord que batió en ese mismo torneo: no solo se convirtió en el tenista con más victorias consecutivas en finales, sino que logró algo que muchos pensaban imposible: una racha de 50 partidos ganados sin perder un solo set. Cada partido parecía más increíble que el anterior, y con cada victoria, la sensación de que Djokovic estaba en una misión divina crecía. ¿Qué estaba pasando realmente? ¿Era un fenómeno físico o mental?
Los rumores comenzaron a circular rápidamente: algunos decían que Djokovic había encontrado un nuevo enfoque en su preparación mental, un tipo de “iluminación” que lo había llevado a un nivel de juego casi sobrenatural. Otros sugerían que su rechazo de las organizaciones rectoras del tenis lo había liberado de las restricciones que lo mantenían “normal”, permitiéndole jugar sin las presiones externas.
Independientemente de las especulaciones, lo que sucedió a continuación fue aún más impresionante. En una final que muchos consideraron la más épica de la historia moderna, Djokovic alcanzó el punto culminante de su locura creativa. Durante el partido, en un tiebreak decisivo, realizó un golpe tan impresionante que el público estalló en aplausos frenéticos. La pelota se desvió en el aire de manera tan extraña que su oponente, un joven prometedor, no tuvo otra opción más que mirar atónito cómo la pelota caía dentro de la línea.
El resultado fue claro: Djokovic había ganado otro título, pero esta victoria no fue solo un trofeo más. Fue un grito de guerra. Un mensaje para las organizaciones del tenis que lo habían dejado de lado y para el mundo entero: él era el verdadero “REY”. Y al hacerlo, estableció un nuevo récord, uno que jamás se había visto antes en el tenis: 23 títulos de Grand Slam consecutivos, un récord imbatible que solo podría haber sido logrado por un hombre que desafiaba las expectativas.
Con la comunidad del tenis completamente sacudida por su última actuación, la pregunta era clara: ¿había Djokovic cruzado una línea que nunca debía cruzarse? ¿O simplemente estaba demostrando que, al final, el tenis se juega bajo sus propias reglas?
Independientemente de la respuesta, el mundo del tenis nunca sería el mismo después de ese torneo. El “REY” había reclamado su trono y, al hacerlo, volvió loco al mundo entero, dejando una huella imborrable en la historia del deporte.