Josephine Myrtle Corbin nació en 1868 en Tennessee, Estados Unidos, con una condición extremadamente rara conocida como polimelia, un defecto de nacimiento que le otorgó extremidades adicionales. En su caso, Myrtle llegó al mundo con cuatro piernas: dos de tamaño normal y dos más pequeñas que crecían desde sus caderas. Pero su singularidad no terminaba ahí. También poseía dos pelvis y dos conjuntos de órganos reproductores, una anomalía causada por una división en el eje de su cuerpo durante el desarrollo embrionario, lo que se conoce como dipygus. Esta peculiaridad la convirtió en una de las personas más extraordinarias de la historia, una verdadera maravilla médica que capturó la atención de muchos a lo largo de su vida. Su historia es un relato fascinante de resiliencia, adaptación y una vida vivida bajo el escrutinio público.

Desde su infancia, Myrtle fue un caso notable. Hija de William y Nancy Corbin, su nacimiento causó tanto asombro como preocupación entre quienes la rodeaban. Su padre tenía 25 años y su madre 34 cuando la pequeña Myrtle llegó a sus vidas. Los médicos que la examinaron señalaron que, de haber nacido de nalgas, el parto podría haber sido fatal tanto para ella como para su madre. Afortunadamente, Myrtle mostró una fortaleza sorprendente desde el principio. A las tres semanas de vida, ya pesaba 4,5 kilogramos, un indicio prometedor de su capacidad para prosperar a pesar de su condición. Sus piernas internas, aunque más pequeñas y débiles, podían moverse, pero no eran lo suficientemente fuertes como para permitirle caminar sobre ellas. Además, su pie derecho estaba deforme y las piernas más pequeñas tenían solo tres dedos cada una.
La familia Corbin enfrentaba dificultades económicas, y William, buscando formas de mantener a su creciente hogar, decidió aprovechar la rareza de su hija. A las cinco semanas de nacida, comenzó a cobrar una pequeña tarifa a quienes deseaban ver a Myrtle, la niña de cuatro patas. Con el tiempo, ella se acostumbró a las miradas curiosas y al asombro constante de quienes conocían su condición. A medida que crecía, su padre la llevó a recorrer el país, presentándola en ferias, espectáculos secundarios y museos de curiosidades. A los 14 años, Myrtle ya había alcanzado cierto éxito y firmó un contrato que le pagaba 250 dólares por semana, una suma considerable para la época. Este ingreso reflejaba su popularidad y la fascinación que generaba en el público.

A pesar de su vida bajo los reflectores, Myrtle tuvo una hermana menor, Ann, quien nació sin ninguna anomalía. Cuando llegó a la edad adulta, a los 18 años, Myrtle decidió dar un giro a su vida. Se casó con James Bicknell, un estudiante de medicina, y se retiró temporalmente del mundo del espectáculo. Su fama, sin embargo, había dejado una marca: algunos intentaron imitar su condición, pero estos impostores fueron rápidamente desenmascarados. Un año después de su boda, Myrtle enfrentó un nuevo desafío. Experimentó fiebre, náuseas, dolores de cabeza y molestias en el lado izquierdo de su cuerpo. Tras consultar a un médico, descubrió que estaba embarazada en su pelvis izquierda. Escéptica, comentó que habría creído más fácilmente en el diagnóstico si el embarazo hubiera sido del lado derecho. El embarazo fue complicado y los médicos incluso sugirieron un aborto debido a su frágil estado de salud, pero Myrtle se recuperó con una rapidez asombrosa.
Con James, Myrtle tuvo ocho hijos, aunque solo cinco —cuatro hijas y un hijo— sobrevivieron a la infancia. Durante años, la familia llevó una vida tranquila, alejada de la atención pública. Sin embargo, en 1909, a los 41 años, Myrtle regresó al mundo del espectáculo. Se unió al Museo Huber, donde se presentó como “La niña de cuatro patas de Cleburne, Texas”. Exhibía sus cuatro piernas adornadas con zapatos y calcetines a juego, deleitando a las audiencias y ganando 450 dólares por semana. Su regreso demostró su capacidad para reinventarse y mantener su lugar en la imaginación colectiva.
La vida de Myrtle llegó a su fin en 1928, cuando desarrolló una infección en la piel de su pierna derecha, diagnosticada como erisipela, una infección por estreptococos. Falleció el 6 de mayo de ese año, a los 60 años. Su entierro fue inusual: su ataúd fue cubierto de concreto y vigilado por familiares hasta que endureció, una medida para proteger sus restos de los ladrones de tumbas atraídos por su fama. Casi un siglo después, la historia de Josephine Myrtle Corbin Bicknell sigue siendo inspiradora. En el siglo XIX, esta mujer no solo forjó una carrera exitosa en un mundo que la veía como una rareza, sino que también se convirtió en madre y demostró una fortaleza extraordinaria frente a las adversidades. Su legado perdura como un testimonio de la capacidad humana para trascender las limitaciones impuestas por el cuerpo y la sociedad.